Tam Son

Este es Tam Son. Saluda Tam Son.

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Tam Son desde las alturas

Tam Son es un pueblo pequeño, encuadrado en el norte de Vietnam, muy cerca de la frontera con China. No hagáis movimientos bruscos, dadle un poco de tiempo, es muy tímido. No está acostumbrado a los turistas, así que te recibirá extrañado, pero estará encantado de mostrarte el verdadero Vietnam.

Once horas es lo que tarda el trayecto entre Ha Noi y Ha Giang, donde llegamos sobre las 4.30 de la madrugada. Averiguamos qué bus local salía hacia Tam Son y dos horas después estábamos allí, tras un trayecto cargado de música techno a todo volumen. La típica música que te pondrías a las cinco de la mañana… Ya os adelanto que nada en Tam Son está preparado para el turista occidental. Nadie habla una palabra de inglés. No hay ningún menú o señalización que entender, excepto algún letrero de «Motel». No preguntes por un mapa de la zona, alguna agencia de turismo o por la posibilidad de hacer la colada. No, no se puede. Elena y yo llegamos el domingo a las 7.00 am, despertamos al responsable del primer motel que vimos y negociamos un buen precio, a través de una calculadora, para conseguir una enorme habitación con baño privado, por 125.000 VND/persona.

Nuestra intención siempre fue llegar en domingo, porque es cuando se celebra el mercado grande, donde miembros de todas las tribus y etnias de la zona se acercan a participar de él. Gente muy cercana y sonriente, nada acostumbrada a la presencia de visitantes, que nos pedían hacerse fotos con nosotros y a los que les hacíamos gracia. Y es que, a parte de algunos chinos, éramos los únicos turistas de la zona.

Tras la visita al mercado nos adentramos en un oscuro bar, en busca de algo comestible que llevarnos al estómago. A base de señas, pedimos una Pho (sopa vietnamita), que parece ser lo único que tienen para desayunar, comer y cenar. Eso sí, puedes elegir entre pollo y cerdo o echarle picante, ¿qué más variedad quieres? El dueño del bar seguía allí desde que llegásemos al pueblo, bebiendo licores caseros con los amigos, y mirándonos de manera curiosa. Obviamente hablaba de nosotros con los amigos, pero como en esta zona no se habla mucho vietnamita, más bien chino, no llegué a comprender del todo lo que comentaban. Una vez habiendo comido, meado y eructado, era hora de salir de trekking.

No pudimos conseguir ningún mapa, así que estábamos en medio de un pueblo rodeados de montañas, donde nadie habla inglés y del que no puedes encontrar información en internet. Era maravilloso 🙂 Sin saber muy bien qué dirección coger, Elena tomó la decisión de seguir a unos pastores allá donde fuesen y yo no tuve nada que objetar, así que nos fuimos tras sus pasos. Caminos de tierra, entre pequeñas montañas verdes, donde sólo te cruzas con algunos tímidos niños y cabras, muchas cabras. Finalmente el sendero desembocaba en una aldea, donde había un par de buses aparcados, y turistas chinos que subían todos la misma montaña. Fácil, subamos. A media subida ya empezábamos a estar cansados, no físicamente, sino de los chinos. Al principio te hace gracia y hasta te crees una estrella cuando te piden hacerse unas fotos contigo, pero cuando la historia se repite diez veces en dos minutos, empiezas a agobiarte. Avanzábamos muy lento, cada vez que nos encontrábamos con algunos de estos seres amarillos, querían hacerse fotos y nos paraban, te cogían, te metían mano en el pantalón… Bueno, no tanto, eso hubiese sido hasta agradable, simplemente era agobio lo que sentíamos. Así que optamos por seguir subiendo, pero evitando el camino y desviándonos hacía otro valle, que nos parecía más espectacular. En nuestra huida cruzamos por en medio de un picnic al que no hicimos mucho caso, pero que luego tendría sus consecuencias… Tras descansar en soledad y gozar un rato de las vistas, emprendimos el camino de vuelta. Pero esta vez no nos dejaron cruzar a través del picnic, sino que nos invitaron a sentarnos con ellos. Un grupo de profesores vietnamitas, que habían salido a disfrutar de un día al aire libre, y que no desperdiciaron la oportunidad de cazar a unos confusos occidentales. Nos sentaron a su mantel y empezaron a ofrecernos «sticky rice», embutido vietnamita y vino de arroz, mucho vino de arroz. Ofrecernos es un eufemismo, nos obligaban a comer y sobre todo a beber. Los cabrones ponían un poco de alcohol en su taza, llenaban la nuestra, para luego brindar y querer que nos lo bebíesemos todo de un trago. Momentos después volvían a llenárnosla y curiosamente, querían brindar otra vez. Y eso a lo que ellos llaman vino de arroz, es muy similar al lao-lao, un whisky de arroz con 40º. Menos mal que la chica de mi lado no dejaba de meterme arroz en la boca, sino, hubiese salido mucho más perjudicado de lo que me fui. Varias tazas de licor después y con la barriga llena, pudimos escapar y enfilar el camino de vuelta hacia Tam Son.

Una vez llegando al pueblo, cansados tras la dura noche en los buses, pero claramente afectados por el derivado alcohólico del arroz, no se nos ocurrió otra cosa que ir a beber cervezas… Momento que muchos de los que leáis este blog recordaréis, por la cantidad de audios infames que salieron de esa etílica pareja que formamos esa tarde, y que fueron enviados a sus respectivos destinatarios. No sé qué hice las siguientes horas, escribir, leer, mirar la pared… Sí que sé lo que hizo Elena, pegarse una siestaca de tres horas, a la que tuve que poner fin, consciente de que si esperábamos más, no encontraríamos ningún sitio donde cenar. Inesperadamente comimos Pho de nuevo, en el mismo oscuro bar, con el mismo oscuro dueño, que seguía bebiendo el mismo oscuro licor desde las siete de la mañana. Y empezó a molestarme la hospitalidad de la gente de la zona, pues no dejaron que me fuese sin beberme tres chupitos con ellos, el dueño y su padre.. No eran ni las 20.00 y esta gente ya había conseguido emborracharme tres veces. Era hora de ir a dormir.

El siguiente día nos lo tomamos con más calma. Desayuno en el mercado y luego delicioso café vietnamita. El plan ya lo habíamos trazado la tarde anterior, entre cerveza y cerveza. En el trayecto en bus hasta Tam Son pasamos por algunos paisajes realmente espectaculares, por una carretera que discurría al borde de alucinantes valles llenos de arrozales, pero que sólo pudimos apreciar en la penumbra previa al amanecer. Nuestra intención era desandar parte del recorrido, para ser testigos de esas vistas a plena luz del día, y visitar algunas tribus por el camino. Pero antes, en el hostal, nos advirtieron que no nos podrían devolver los pasaportes, si no pagábamos una tasa. Resulta que en esta zona, al estar tan cerca de la frontera China, es necesario tener un permiso y pagar 10$ por el derecho de pasar una semana en la provincia de Ha Giang. Un pequeño precio a pagar para gozar de la libertad de esta zona (y que si hubiésemos estado más atentos, podríamos haber evitado pagar). Acercaron un momento a Elena a la comisaría y el tema se solucionó rápido, antes de partir.

Seis horas de trekking dieron para mucho. Nos perdimos por caminos que bordeaban preciosos valles multicolores, repletos de campos de cultivos, que coloreaban sus laderas. Contemplamos de cerca como la sorpresiva nevada de hacía un mes había fastidiado muchos de los arrozales, que se estaban viendo obligados a replantar. Paseamos por la vida local y entre sus actores, con total libertad y sintiéndonos bienvenidos.

Aprovechamos para hacer muchas tonterías con la GoPro, buscando darle un toque más profesional a los futuros vídeos del blog (que podréis gozar a mí vuelta). Aparecimos en medio de un colegio, donde compartimos el recreo con sus alumnos, y alucinamos con la cantidad de mocos que pueden colgar de las narices de los niños. Y finalmente volvimos, empujados por la necesidad de ingerir algún tipo de caloría para nuestro cuerpo, y felices con el día que habíamos pasado.

Esa tarde y la mañana siguiente, simplemente nos dedicamos a gozar del pueblo, tomar nota de la propaganda comunista que lo invadía o escudriñar la arquitectura de algunos de sus edificios, con clara ascendencia china. Y nos fuimos. Volvimos a Ha Giang, la ciudad, esta vez de día, pudiendo apreciar la verdadera magnitud de los valles atravesados la otra madrugada y lamentando abandonar tan pronto Tam Son. Ha sido uno de esos lugares especiales del viaje, que te han aportado más de lo que esperabas, y de los que te vas más pronto de lo deseable. Un lugar fuera del circuito turístico vietnamita, que te muestra un carácter muy diferente al que te recibe en otros sitios más conocidos y masificados, del que tantos viajeros se quejan. Un lugar desde el que es muy sencillo acceder a pequeños y únicos lugares, donde ni siquiera las agencias pueden llevarte. Un lugar tan sencillo, que rezuma autenticidad. Un lugar al que espero volver.

Adiós Tam Son. Decid adiós a Tam Son.

 

Os dejo algo de vocabulario vietnamita esencial:

Hola – Xin Chào

Adiós – Tan Biet

Gracias – Cam on

Beber – Uong

Comer – An

Café – Ca Phé

Pollo – Gà

Cerdo – Heo

Ternera – Bê

Sin carne – Không thịt

¿Puedo comerme a tu perro? – Tôi có thể ăn thịt chó của bạn?

Un comentario en “Tam Son

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